Isla (parte 7)



Capítulo 7

- Incautos, frágiles y egocéntricos humanos. Además sois incrédulos hasta de vuestros propios anhelos. ¿Tan patéticos sois? – dijo el cuadrúpedo.
- Es asombroso… -musité. Mientras el capitán yacía, al igual que yo, absorto en aquel horizonte de piedra.
- Y qué mejor vista que la de un paraíso perdido, para cerrar los ojos por última vez. –sentenció el centauro, abriendo lentamente las palmas de las manos, y con un desconcertante fulgor en sus ojos. Corcel y yo salimos de nuestro ensimismamiento ante aquel panorama.
Mi cuerpo se petrificó, como si mil cadenas estuviesen apretando con fuerza mis extremidades. Noté, ante aquel dolor por aplastamiento, como un líquido húmedo resbalaba por la comisura de mis labios.
La presión cada vez era mayor, sentía como si mis entrañas se estuviesen comprimiendo, como si mi último aliento estuviese a punto de escaparse.
Pero, contra todo pronóstico, la presión remitió, y en unos segundos desapareció aquella fuerza invisible que me aplastaba. Sin embargo, el dolor no se iría con la misma prisa.
- Tu nombre.- gruñó el centauro, con su mirada fija en mí.
- Glen… -tosí para poder continuar. –Glen Aura.
- Oh… ya veo. –rió.
En ese momento, el capitán Corcel cayó al suelo, de rodillas, abatido. Al parecer yo no era el único que había sido sometido a aquella tortura.
Acompañadme. -dijo, con una bienvenida serenidad en sus palabras, retomando el verde de sus ojos y el rojo cálido en la piel.

Varios metros de arena húmeda se extendían frente a nosotros, antes de fundirse con el ladrillo blanco que iniciaba el camino hacia aquella ciudad. Más adelante, zigzagueantes calles y pasillos de mármol grisáceo, llenos de algas y corales, se repartían por toda la ciudad.
El centauro se adelantó, y se adentró en la metrópoli. El capitán y yo le seguimos sin dudarlo. Embobados por nuestro entorno, no nos percatamos ni siquiera de hacia donde íbamos, y cuando menos lo esperamos, nos encontrábamos ante una colosal puerta, custodiada por una todavía más imponente piedra tallada, que cubría perfectamente la entrada, sin permitir el acceso ni a un sorbo de aire. Sobre la enorme losa se habían tallado unas extrañas inscripciones, parecían runas, pero vistas con más objetividad recordaban al griego antiguo, aunque enormemente desvariado y transformado.

El centauro posó sus grandes manos sobre la losa, y comenzó a murmurar algo inaudible en voz baja. De repente, la inamovible piedra se desplazó a un lado, como por arte de magia.
Corcel quedó tan atónito como yo. Recelosos seguimos al centauro, que se aventuro sin dudarlo y cruzó el umbral de aquella gran puerta.
- Por cierto, mi nombre es Cetros. –se presentó.
- Es un placer. –dije con cierta timidez.
- Corcel. – dijo el capitán.
- ¿No… no vas a matarnos? –pregunté, temeroso, ante la insoportable duda de porqué había matado a todos menos a nosotros dos.
- Todo a su debido tiempo. –dijo, y calló.
El túnel que sucedía a aquella entrada parecía no tener fin, estaba alumbrado por las extrañas luces celestes que cubrían como un mar estrellado toda la ciudad, y al parecer también su interior. Sin embargo, aquella conversación era tan prometedora que el hecho de llevar varios minutos caminando en línea recta por un pasillo infinito resultaba irrelevante.
- Pero no comprendo, Cetros –repuse. - ¿Cómo nunca nadie ha intentado colonizar esta isla? ¿Cuánto tiempo lleva esta gente viviendo aquí? Habrán sido innumerables años, para haber construido una ciudad submarina tan impresionante como esta.
- Muchos años, joven humano, que no te quepa duda. Sin embargo, el Dios del Océano custodia, al igual que yo, esta isla. Y el viento y las aguas alejan a toda embarcación de la costa. Por desgracia, el azar siempre hace inevitable que algún navío aterrice aquí. Pero por fortuna, nadie sale con vida de la isla, por eso nadie conoce su ubicación exacta.
Aquellas palabras hicieron que tragase saliva. Empecé a darme cuenta de que estaba demasiado asombrado con aquel lugar, tanto que no me había parado a pensar en que mi vida y la del capitán pendían de un hilo. Corcel escuchó aquellas palabras, y noté como empezaron a temblarle las manos. No era para menos, aquella criatura era un semidiós, no había fuga posible.
Finalmente vimos un resplandor al final del túnel, la salida.

Y al cruzar el umbral vimos algo, que por exagerado que parezca, superaba con creces el maravilloso espectáculo que acabábamos de presenciar ahí afuera.
Por lo visto, la parte de isla que había en la superficie no era ni una décima de la enorme monstruosidad que componía la isla. Recordaba a un iceberg, donde un diminuto trozo de hielo flotando a la deriva era en realidad un titánico glaciar sumergido.
Llegue incluso a pensar que la isla no era más que la cima de una montaña submarina, pues lo que vieron mis ojos en ese momento no tenía nombre:
Una cavidad cilíndrica de exorbitadas proporciones, que crecía desde las entrañas de la isla, trepando hasta la más alta cumbre subterránea. A su alrededor, infinidad de túneles, como el que acabábamos de atravesar, conectaban con distintas zonas de la isla sumergida.
Pero sin duda, lo más asombroso, era la ceremonia de color, luces y movimiento que se reflejaba en mis ojos. Montones de personas recorrían los puentes de piedra que conectaban el radio de aquel gran cilindro, otras muchas pasaban frente a nosotros, a lo lejos y cerca. Paseando de un túnel a otro, entrando, saliendo, era un movimiento frenético al cual mis ojos no daban crédito. Tiendas y mercados, viviendas adosadas a las paredes... ¡Había toda una nación en las entrañas de aquella isla! Una región, que al parecer, no distinguía el día de la noche, pues a pesar de estar la luna coronando el cielo, aquellas gentes se movían de un lado para otro como a primera hora de la mañana en cualquier ciudad del Imperio. ¡Era asombroso! Y más increíble aún era el aspecto de aquellas personas. Pues aunque mantenían muchos rasgos y la constitución de un ser humano, su piel degradaba hacia un tono azulado pálido, en lugar de tener la calidez rosada de la piel humana. Sus ojos además, eran bastante más rasgados, de enormes pupilas y largas pestañas. Pero por lo demás, eran igual que nosotros... caminaban igual, se peinaban igual... ¡hasta utilizaban textiles muy similares a los nuestros para confeccionar su ropa! Era como estar viviendo en un universo paralelo.


Próximamente, la parte 8.

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