Isla (parte 4)



Parte 4


Aproveché un descuido de su guardia, y arremetí con pericia uno de mis mejores golpes, atravesando gran parte de su costado.
Mi oponente calló de rodillas al momento, dejando resbalar su arma entre los dedos. Y apretándose con ambas manos la herida, comenzó a gruñir de dolor.
- Vos habéis dispuesto este desenlace.- le dije, con una muestra compasiva en mis palabras.
Pero no obtuve respuesta, quizá no hablaba mi idioma, pensé.
Fue entonces cuando me pareció escuchar voces. Procedían del interior del túnel que continuaba desde la estancia.
Dejé a aquel hombre allí y seguí avanzando, ahora con sigilo y el mango de la espada bajo el puño.
Cada paso acentuaba cada palabra que aquellas misteriosas voces susurraban al final del túnel. Hablaban mi idioma, no había duda, hablaban sobre un motín, y algo relacionado con una batalla contra un monstruo.
Cauteloso me acerqué, hasta llegar al final del túnel, donde una gigantesca cámara de piedra se abría ante mi. Era mucho más grande que la antesala. En lo alto, haces de luz se filtraban por la cavidad montañosa que formaba la techumbre del lugar.
Bajo los haces, un grupo de hombres, vestidos de un modo similar al de mi último contrincante, vociferaban y maldecían. El origen de sus reproches era uno de ellos, quien parecía ser su líder. Cubría sus hombros con una desgastada gabardina de la Marina Imperial, su rostro, ensombrecido parcialmente por el enorme sombrero que llevaba, no parecía estar nada a gusto con los comentarios de sus hombres.
Encorvado y alerta me oculté tras una roca, en una zona oscura y alejada. Y me dispuse a escuchar.
- ¡Malditos perros!- exclamó el líder, colérico. – Estamos vivos, ¿qué más queréis?
- ¡Vivos estamos hasta que esa cosa acabe con los pocos que quedamos!- repuso uno de ellos, más furioso aún.
- ¡Idiota! ¡Hemos matado a un kraken, no tenemos nada que temer!
- Capitán, esa criatura no será tan gigantesca como el kraken, pero sin duda es más peligrosa.
No tenía ni idea de qué estaban hablando, aunque si no recuerdo mal, “kraken” era el nombre mitológico que se le daba a un calamar gigante que hundía embarcaciones con sus inmensos tentáculos. Pero… ¿era cierto lo que decían? ¿Ellos eran los asesinos de la criatura que encontré en la playa… de un kraken? De ser así, debían de ser marineros excepcionales, con un innegable dote en el combate.
Pero ¿qué era esa cosa de la que hablaban? ¿algo más peligroso que una bestia mitológica de más de cien metros? Mi mente no concebía tal concepto.
- Escuchad, la isla es lo suficientemente grande como para improvisar unas embarcaciones, antes de que ese bicho nos atrape. Además, es la única opción que tenemos, pues tarde o temprano moriremos de sed y de hambre.
Las palabras del líder parecieron calmar los ánimos, y cuando aquel brillante discurso terminó, sentí el frío de una hoja metálica en mi cara. Me habían descubierto.
- ¡Capitán, aquí hay alguien! –exclamó mi captor, uno de los bribones que escapaba de mi campo de visión.
Sorprendidos, tomaron las armas y me engatillaron con ellas. Me ví obligado a soltar mi arma, y caminé empujado por la punta de una espada hasta encararme con el susodicho capitán.
- Y vos ¿Quién sois? ¿cómo habéis llegado hasta aquí?- me preguntó, con más curiosidad que ira en su mirada.
- Mi nombre es Glen Aura. Naufrague en esta isla, y casualmente vi a uno de tus hombres merodear por la entrada de la cueva… no pude evitar entrar.
- ¡Es un espía de la Marina!- desconfió uno de ellos.
- Bobadas, ningún espía podría seguirnos en un naufragio.- el capitán se tomó unos segundos para pensar, y luego dijo: -mi nombre es Gerald Corcel. Capitán de esta banda de humildes piratas que ves a tu alrededor.
Piratas, era evidente. Sin embargo mi ética me impedía juzgar de manera negativa a aquellas personas, y no quise otorgarles tal categoría injustamente, aunque todo indicara que lo eran.
- ¿Y vos? ¿qué erais antes de que el mar os arrebatase vuestro pasado?
- Mercader, transportaba textiles por la costa mediterránea.- mentí. No podía decirles quien era realmente, o me matarían sin pensarlo.


Próximamente, la 5ª parte.

Isla (parte 3)



Parte 3


Al llegar me esperaba un pequeño montículo, flanqueado por otros de menor tamaño. Parecía que se trataba de un géiser, o al menos eso parecía.
Sin embargo… aunque no me podía considerar un experto en fenómenos de ese tipo, tenía entendido que los géiseres se formaban en zonas volcánicas, o en lugares donde el agua que fluye por el subsuelo alcanza altas temperaturas. Sin embargo, y mirando a mi alrededor para cerciorarme de ello, las montañas que alzaban la cima de la isla no eran demasiado grandes, y no parecían ni mucho menos volcanes. Y para mayor asombro, aquellos orificios de geiseres estaban demasiado cerca de la playa. Era absurdo, nada tenía sentido. Eso me recordó el gigantesco ser marino que se estaba pudriendo al sol unos cuántos kilómetros tras de mi.
Retrocedí hasta el muelle, había esperado un buen rato a que se repitiese otra fuga de agua caliente, pero no tuve tal suerte.
Cubriendo mi vista del sol, con mi mano, escruté el horizonte marítimo desde los muelles. Esperanzado, buscaba velas blancas, unas velas que no aparecieron. Después continué examinando la lejanía de la isla y pude ver a mi derecha, por la zona que continuaba por la playa, una zona rocosa con un alto abrupto, muchísimo más alto que el acantilado sobre el que pasé la noche. Y en la cumbre, habría jurado ver a una persona moverse y desplazarse hasta el interior.
Pero algo me decía que era una ilusión, que estaba volviéndome loco, y tanto el leviatán, como los géiseres, el muelle fantasma y aquel personaje, no eran más que un espejismo, un juego de mi angustiada imaginación.

De todos modos no tenía nada mejor que hacer, y me aventuré hasta el escarpado acantilado.
Con gran dificultad alcancé la cumbre, la cual me deleitó con una montaña de comida frente a la entrada de una cueva. También había un barril, y varios trastos a sus pies, entre ellos una espada oxidada. Pero lo más increíble, sin duda, era el manjar de carne, verduras y frutales que brotaban de un viejo barril.
No me paré a pensar si aquello tenía dueño, y aunque lo tuviese tampoco me iba a importar. Comí como un animal, devoré aquellos bienes, hasta el último grano de maíz que se ocultaba en el fondo del cofre.
Cuando me regocijé lo suficiente, tomé la espada, acompañada por un cinturón con su funda, y lo dispuse como parte de mi atuendo.
Rápidamente me adentré en la cueva, en busca de aquella misteriosa persona.
A unos pocos metros del túnel rocoso se abría una imponente gruta, el túnel continuaba al cruzar dicha cavidad, y en mitad del camino estaba aquel personaje.
Era un hombre, con un atavío andrajoso y cabello desaliñado. Tenía un aspecto deplorable, casi tanto como el mío. Sin embargo no parecía ser un naufrago, más bien recordaba a uno de esos pescadores de alta mar que pasan semanas, incluso meses, vistiendo la misma ropa. Más no recordaba haber visto ningún pescador armado, y de serlo, este lo estaba. Una espada reposaba en su cinto.
Él me vio, y se cruzaron nuestras miradas. Quise decir algo, pero no encontraba palabras, quizá llevaba demasiado tiempo sin hablar.
Él sin embargo si reaccionó, aunque no del modo que esperaba, y sin mediar palabra se lanzó contra mí, desenfundado y blandiendo con énfasis su espada. El diálogo no tenía cabida en ese instante, al menos no antes de haber desenfundado mi arma, para detener su acometida.
Aguanté sus sablazos y estocadas con destreza, mientras simultáneamente pensaba en cómo terminar aquel enfrentamiento con palabras. Pero aquella persona no parecía dispuesta a dialogar, iba a matar. No tardé mucho en decidirme en luchar en serio, y convertir mi defensa en contraataque.
El batir metálico resonaba en la estancia, con un profundo eco en la lejanía. No perdía de vista los ojos del enemigo, cuya violenta perseverancia me inquietaba cada vez más. El intercambio de golpes no iba a cesar fácilmente.

Isla (parte 2)



Parte 2


Tardé demasiado tiempo en recordar mi misión: tenía que encontrar agua y comida, no iba a alimentarme de carne podrida de una bestia legendaria, de la cual sólo había oído hablar en las leyendas más increíbles.
Avancé, bordeando la colosal masa del ser, y retomé el rumbo por la playa, quería conocer al menos las dimensiones aproximadas de la isla.
Cuando el atardecer era inminente, vislumbré, al final de un cabo que formaba otra playa, unas cuevas sobre un acantilado. Si intentaba hacer fuego, ese era el lugar idóneo. Apreté el paso entre jadeos, y corrí hacia las cuevas.
Una vez allí, cauteloso, entré confiando en ser el único huesped de aquella cavidad. No corrí tal suerte, pues una nube de murciélagos despegó sobre mi intimidado y encogido cuerpo. Cuando toda la bandada y su ruidoso aleteo desaparecieron en la lejanía, continué hasta el fondo de la cueva. No era demasiado grande, pero al menos los inquilinos que había no eran más grandes que yo.
Salí al exterior cuanto antes, para poder aprovechar la poca luz que desprendía el horizonte. Busqué madera, plantas secas, y un par de hojas grandes para avivar el fuego.
Cantaron muchos grillos antes de que saltara la primera chispa, pero con suerte y paciencia, aquella noche la pasé junto a una cálida hoguera.
Desperté creyendo que el día anterior no fue más que una mala pesadilla, pero el ruido de las olas, rompiendo contra el acantilado, me indicaron que me equivocaba.
A lo lejos, pude escuchar a las aves exóticas entonar sus cánticos en la frondosa selva. El cielo estaba impoluto, parecía imposible creer que fue ese mismo cielo quien me condujo a este lugar entre truenos, rayos y relámpagos.
Y sin más lamentaciones, desayuné lo que aquel lugar pudo ofrecerme, y me dispuse a reanudar mi marcha. Cuanto más tiempo pasaba bordeando aquella isla, menos me parecía una isla.
¿Y qué pasa con el titán que vi ayer? Quizá aquello sí fue un sueño, era demasiado irreal. No podía sacármelo de la cabeza. Ocupó mi mente durante las muchas horas que anduve sobre la arena, hasta que estimé algo a lo lejos. Entrecerré los ojos para apreciarlo mejor, y sí, era lo que pensaba, había encontrado un muelle.
Impaciente corrí, y conforme me acercaba me iba dando cuenta de que, a pesar de no haber embarcaciones atadas, la madera del astillero no parecía estar podrida. Y fue su tacto lo que me convenció de que estaba en lo cierto. Se trataba de un viejo astillero, con un único muelle. Había varios utensilios por el suelo, cabos, un pequeño anclaje y varios instrumentos de carpintería, típicos de los astilleros. Todos ellos parecían ser bastante recientes, el metal no estaba oxidado, y la cuerda era fuerte y firme. Mientras me convencía de ello, estirando el cabo con fuerza, escuché un estruendo a mis espaldas, procedente de la selva. Un sonido indescriptible, nuevo para mis oídos. Podría describirlo como una mezcla entre una explosión de pólvora, por su fugacidad, y una potente fuga de vapor, por el fuerte ulular.
No brotó humo del origen de la explosión, pero las aves cercanas volaron de sus nidos tras el estallido.
Sentía curiosidad por conocer el origen de aquello, pero no es sabio caminar hacia el foco de una misteriosa explosión. Sin embargo, no me considero una persona sabia, y arrastrado por una inquebrantable curiosidad, me acerqué al lugar de origen.


Mañana la parte 3.

Isla (parte 1)



Parte 1


El viento, furioso, azota las olas, como si el cielo y el mar estuviesen manteniendo una encarnizada lucha. Y yo, indefenso ante semejantes titanes, me mantengo aferrado a un trozo de madera que me separa del abismo.
A lo lejos, con el destello de los relámpagos cegando mi desmoralizado rostro, contemplo lo que antes era un barco, y lo que ahora son velas rotas y astillas a la deriva.
Las gigantescas olas me hacen bailar a su son, balanceando bruscamente de un lado para otro. Mientras, las violentas gotas de lluvia, que descienden cada vez con más fuerza con cada rugido del cielo, hacen todavía más tortuosa mi lucha por subsistir en aquella furia.
Contemplo el vacío que me rodea, sólo puedo ver montañas de agua siendo zarandeadas por el viento. No importa hacia donde mire, no importa cuanto escrute el horizonte, no hay nada, sólo agua.
Y cuando el tiempo se convierte en un nuevo enemigo, y piensas que aquel infierno acuático nunca acabará, desistes. Es por eso por lo que suelto el trozo de madera, y dejo que mi cuerpo se hunda y desaparezca, hasta fundirse con las sombras abisales.

Un rayo de luz baña mi cara. Quizá horas después, días, quién sabe. Me encuentro en una isla, al menos a simple vista es lo que parece. La arena es fina, como la de un reloj de arena, tanto que se deshace entre los dedos antes incluso de poder alzar la mano unos centímetros de la superficie.
Un rastro de tablas y astillas han dejado un rastro tras de mi que conduce a la playa.
Tengo la boca seca, a pesar de haber estado bajo toneladas de agua. Me arrastra sobre la arena, mis pies todavía no se han acostumbrado a estar sobre tierra firme, e intento adentrarme en la vegetación tropical que cubre gran parte de la isla.
Observo a mi alrededor, y me encuentro con una gran variedad de frutas, algunas maduras en el suelo, otras todavía coronan las altas palmeras del lugar.
Me acerco hasta un coco, lo parto golpeándolo contra una piedra, y bebo su jugo atropelladamente, como si del elixir de la vida se tratase.

A pesar de desear quedarme tumbado en la arena, y descansar horas y horas hasta recuperarme del shock, soy consciente de que carezco de agua potable, y desconozco en absoluto el lugar donde me encuentro, por ello decido hacer el esfuerzo de caminar, y bordear la costa de la isla, con la esperanza de encontrar algo.
Al caminar varios kilómetros, desde el lugar donde me dejó la marea, me encuentro con algo a lo que mis ojos no dan crédito. Pues no existen palabras en este mundo capaces de explicar la procedencia de aquella criatura. Un gigantesco calamar, de más de cien metros, más grande que la más imponente ballena azul, derrumbado a lo largo de la playa.
Absorto en aquella mítica criatura, no puedo evitar imaginar el infierno del que procede. Sus ojos abarcarían a dos hombres como yo, y sus tentáculos podrían abrazar y hundir el buque insignia del Imperio como si de un barco de papel se tratase.
Sin embargo, su piel estaba seca y en descomposición, y no era más peligroso que cualquier otra bestia muerta. Me hice mil preguntas, sobre la isla, sobre aquel leviatán, todavía no podía creerlo… quizá todo fuese un sueño.


Mañana la parte 2.

No.9



La cara del Dr. Gang

Si os pongo la cara de uno de los doctores mas malosos de nuestra infancia (para aquellos que tuvieron infancia entre 1980 y 1990) no lo reconoceriais, pero si os pongo su famosa mano y su famoso gato seguro que si.

Pues bien, hubo una vez en un extraño pais en el que se editaron muñequitos de acción del inspector Gadget, entre toda la colección compuesta por el Inspector Gadget, Sofia, que se dedico despues a ejercer de mujer de moral distraida con su libro laptop, Sultan, y al comisario Quimby, se encontraba el muñeco del doctor Gang, mas alla se le conocia como doctor claw.

Los que hicieron el muñeco no se les ocurrio otra cosa mas acertada que taparle la cara en el blister donde venia para que te lo tuvieras que comprar para verle la jeta.

Pues bien aqui la foto de la cara, y aqui otra de cuerpo entero, la ultima frontera de las memorias de tu infancia esta a un link de distancia, visitalos bajo tu responsabilidad



Información gracias a gromenawer

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