Isla (parte 9)



Capítulo 9


Finalmente había alcanzado aquel sueño. Cuando Sara desapareció, no quise aceptar su más que evidente muerte, y aunque una parte de mi me decía que desistiera en el intento, busqué y busqué. Y ahora estoy en esta tierra mágica, donde, a pesar de estar rodeado de criaturas mitológicas, lo que me resulta más increíble de todo… es estar de nuevo con mi hija.
Cetros se despidió de mí con una sonrisa, y me dijo que desde ese momento sería el líder quien se encargaría de mí. Una vez dicho volvió a la superficie por donde habíamos venido.
El líder, quien dijo llamarse Zhaltis, se dirigió hacia nosotros, y me felicitó con una sonrisa por el reencuentro. El capitán pirata lo siguió de cerca.
- ¿Y qué pasa conmigo?- preguntó Corcel, quien hacía rato que había pasado a un segundo plano, y se estaba limitando únicamente a observar y escuchar.
- No tengo motivos para dejarte salir de la isla, aunque tampoco tengo intenciones de matarte. –dijo el líder Zhaltis.
- Pues menuda cultura “desarrollada”... no sois más injustos que los humanos. –ironizó Corcel entre dientes.
- No oséis hablar mal de mi gente en mi presencia. Podría haberle dicho a Cetros que se ocupase de vos, y sin duda os habría matado, debéis estar agradecido. Es más, seréis el primer hombre a quien no juzguemos severamente… a pesar de que no seáis más que un despreciable lobo de mar. –farfulló el líder, con el ceño fruncido.
- ¿Y cómo sabéis vos de mi condición?
- Tus ideas, pensamientos, y sueños… no son ningún secreto para nosotros. Nos es extremadamente fácil advertir, en los humanos, las intenciones, y conocer vuestro pasado con tan sólo husmear en vuestros recuerdos.
- ¿Y por eso dejáis irse a Glen, porque sabéis que lo que dice es cierto?
- Sí, un almirante de la Marina Imperial no puede tener un pasado oscuro, ni maldad en su corazón, se requieren muchos honores para ostentar un rango así.
- ¡¿Almirante?! –exclamó Corcel, mirándome directamente. Había descubierto mi mentira.
- Siento haberos mentido, pero si cuando me preguntasteis aquello hubiese respondido con sinceridad… me habríais matado. –me justifiqué del mejor modo posible.
- Me siento como un estúpido… -el capitán dio media vuelta y echó a andar, nadie se preocupó en frenarlo, tampoco iba a irse demasiado lejos…

No tardé mucho en olvidar aquel asunto. Entonces, Zhaltis, dispuso una habitación para pasar la noche. Y como prometió, añadió que al alba nos dejaría partir en una de sus embarcaciones, que nos esperaría en el muelle, el mismo que vi cuando llegué a la isla y me dispuse a bordearla.
Uno de sus súbditos nos guió a Sara y a mí a una de las estancias, que llenaban los innumerables huecos de aquella brillante y colosal edificación cilíndrica. La habitación estaba invadida de adornos marinos (conchas, algas, corales) que recorrían en forma de pintura y relieve todo el habitáculo. Las camas, adosadas al suelo, estaban cubiertas por una gruesa y cómoda tela que recordaba a las pieles.
Sin embargo, aquella noche mis ojos no podían cerrarse, estaban absortos en Sara, en sus ilusionadas palabras. Comenzó a hablar sobre su odisea en la isla, del excelente trato que había recibido, y de las cosas tan increíbles que había vivido. Incluso reconoció que le daba una profunda pena tener que abandonar aquel lugar, aunque la idea de retomar su antigua vida a mi lado –me decía- le disipaba toda duda.
Yo le hablé de mi aventura, de cómo conocía Corcel y a Cetros, y de cómo llegué hasta ese submundo. Atenta, escuchó mi historia.

Horas después, mi cuerpo recordó que llevaba horas sin comer, y muchas horas más sin dormir cómodamente. Y aunque quise oponerme al cansancio, me quedé dormido sobre la cama, abrazando a mi hija con fuerza, para no perderla nunca más.
Mientras dormía, una sombra se deslizó dentro de mi habitación. Y como si un ángel me estuviese avisando del inminente peligro, abrí los ojos y descubrí a Corcel, empuñando un oxidado cuchillo que amenazaba mi cuello.
Coloqué la suela de mi desgastada bota bajo su estómago, y flexionando con fuerza la rodilla, Corcel salió catapultado al otro lado de la habitación, estrellándose bruscamente contra la pared.
Furioso, se levantó y realizó un segundo ataque sobre mí. Sara se despertó con el golpe, le dije que se ocultara tras de mí.
Intenté evitar las estocadas del pirata con toda la destreza que pude, pero yo no tenía arma, y la habilidad con la que él atacaba no me dejaría muchos más asaltos con vida. Además, por más que miraba a mi alrededor, en busca de un arma improvisada, no pude encontrar nada, y de más sabía que aquellas gente no elaboraban ningún artefacto destinado a herir o matar.
Sabía la gravedad de la situación, estaba seguro que era cuestión de tiempo y de suerte que en cualquier momento me propinara una puñalada y me matara.


Próximamente la parte 10 y final.

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