Isla (parte 1)



Parte 1


El viento, furioso, azota las olas, como si el cielo y el mar estuviesen manteniendo una encarnizada lucha. Y yo, indefenso ante semejantes titanes, me mantengo aferrado a un trozo de madera que me separa del abismo.
A lo lejos, con el destello de los relámpagos cegando mi desmoralizado rostro, contemplo lo que antes era un barco, y lo que ahora son velas rotas y astillas a la deriva.
Las gigantescas olas me hacen bailar a su son, balanceando bruscamente de un lado para otro. Mientras, las violentas gotas de lluvia, que descienden cada vez con más fuerza con cada rugido del cielo, hacen todavía más tortuosa mi lucha por subsistir en aquella furia.
Contemplo el vacío que me rodea, sólo puedo ver montañas de agua siendo zarandeadas por el viento. No importa hacia donde mire, no importa cuanto escrute el horizonte, no hay nada, sólo agua.
Y cuando el tiempo se convierte en un nuevo enemigo, y piensas que aquel infierno acuático nunca acabará, desistes. Es por eso por lo que suelto el trozo de madera, y dejo que mi cuerpo se hunda y desaparezca, hasta fundirse con las sombras abisales.

Un rayo de luz baña mi cara. Quizá horas después, días, quién sabe. Me encuentro en una isla, al menos a simple vista es lo que parece. La arena es fina, como la de un reloj de arena, tanto que se deshace entre los dedos antes incluso de poder alzar la mano unos centímetros de la superficie.
Un rastro de tablas y astillas han dejado un rastro tras de mi que conduce a la playa.
Tengo la boca seca, a pesar de haber estado bajo toneladas de agua. Me arrastra sobre la arena, mis pies todavía no se han acostumbrado a estar sobre tierra firme, e intento adentrarme en la vegetación tropical que cubre gran parte de la isla.
Observo a mi alrededor, y me encuentro con una gran variedad de frutas, algunas maduras en el suelo, otras todavía coronan las altas palmeras del lugar.
Me acerco hasta un coco, lo parto golpeándolo contra una piedra, y bebo su jugo atropelladamente, como si del elixir de la vida se tratase.

A pesar de desear quedarme tumbado en la arena, y descansar horas y horas hasta recuperarme del shock, soy consciente de que carezco de agua potable, y desconozco en absoluto el lugar donde me encuentro, por ello decido hacer el esfuerzo de caminar, y bordear la costa de la isla, con la esperanza de encontrar algo.
Al caminar varios kilómetros, desde el lugar donde me dejó la marea, me encuentro con algo a lo que mis ojos no dan crédito. Pues no existen palabras en este mundo capaces de explicar la procedencia de aquella criatura. Un gigantesco calamar, de más de cien metros, más grande que la más imponente ballena azul, derrumbado a lo largo de la playa.
Absorto en aquella mítica criatura, no puedo evitar imaginar el infierno del que procede. Sus ojos abarcarían a dos hombres como yo, y sus tentáculos podrían abrazar y hundir el buque insignia del Imperio como si de un barco de papel se tratase.
Sin embargo, su piel estaba seca y en descomposición, y no era más peligroso que cualquier otra bestia muerta. Me hice mil preguntas, sobre la isla, sobre aquel leviatán, todavía no podía creerlo… quizá todo fuese un sueño.


Mañana la parte 2.

0 Comments:

Post a Comment



Entrada más reciente Entrada antigua Inicio