Isla (parte 6)



Capítulo 6

Los ojos del centauro, verdes y brillantes como esmeraldas, se volvieron grises y apagados. Su piel, de un ocre rojizo, empezó a teñirse de negro. Las verdosas enredaderas y hojas, que cubrían su cuerpo y cornamenta, se secaron al instante, como un otoño que pasa en un suspiro.
La luz de la luna era intensa, y permitía a mis ojos ver con notoria nitidez aquel asombroso espectáculo.
A los pies del centauro comenzó a marchitarse la hierba, a pudrirse en segundos, y como una plaga negra que se arrastra por el suelo, la podredumbre que emanaba aquella criatura se extendió hasta nosotros a gran velocidad.
Los piratas que se encontraban más cerca del centauro se quedaron desmoralizados, no fueron capaces de reaccionar ante la sombra que avanzaba hasta ellos. La mancha negra trepó por sus pies, al paso que dañaba y secaba todo aquello que cubría. Las extremidades de aquellos desgraciados comenzaron a derretirse; su carne se volvió ceniza, hasta que podían verse los huesos, un instante antes de quebrarse en mil pedazos. Desde sus piernas la podredumbre recorrió, poco a poco, todo el cuerpo, hasta cobrarse hasta el último pelo de aquel pirata engullido por mil edades.
A su par, otro corsario sufría el mismo destino, y poco después otro más, que corría despavorido sin rumbo. Y así, algunos alargando su vida más que otros, finalmente todos los piratas, excepto el capitán Corcel y yo, quedaron reducidos a cenizas y hueso rotos.

El capitán y yo habíamos retrocedido más que ninguno, como los más cobardes, huimos hacia atrás, hasta que la marea nos cortó la retirada.
A nuestra espalda, el inmenso mar, y frente a nosotros un semidiós capaz de pudrir un cuerpo con la mirada…
- Escuchadme, por favor- supliqué, con la imagen de Sara en mi memoria. Pesándome la idea de dejarla sola en el mundo. Y lamentándome por no haber sido capaz de encontrarla. –he llegado aquí por accidente… yo no buscaba molestaros…
- Os equivocáis. -el poderoso centauro interrumpió mis palabras, con esa voz tan melódica e inquietante a la vez. –No ha sido ningún accidente vuestra llegada. Mientras vuestro buque navegaba cerca de mi isla, un navío pirata se topaba con un kraken. Tras una encarnizada batalla, entre fuego y acero, el coloso del mar fue derrotado y arrastrado hasta mi costa. El Dios del Océano, furioso por la muerte de su querido animal, azotó con fuerza las olas... creando una atroz tormenta. Por desgracia, vuestro barco se encontraba cerca, y la tormenta destruyó la quilla del navío, e inmediatamente lo convirtió en astillas. -su mirada cada vez era más severa. -Entenderéis ahora que el culpable de que estéis aquí, es el hombre que tenéis a vuestro lado. Su codicia y orgullo le hicieron desafiar al mismísimo Dios del Océano.
Tardé un momento en asimilar todo aquello. ¿Qué estaba intentando, volverme en contra del capitán? No tenía sentido…
- Esta isla es el refugio de un raza olvidada, expulsada por aquellos que se creen los dueños del mundo, con derecho para hacer con él lo que les plazca. Ya sea con guerras, con orgullo, o negando la propia existencia de los dioses...
- ¡Basta! ¡os equivocáis! Vuestras palabras son tan míticas como vos, no hay certeza en lo que decías. ¡No existe tal raza, los humanos no somos tan crueles! -gritó el capitán, llenándose de valor.
- Permitidme que lo niegue, capitán. Pues existe un raza tan noble y leal con la naturaleza como consigo mismos. Una raza tan humilde, que no poseen la fuerza y malicia necesaria para exterminaros a vosotros, y reclamar su merecido trono sobre la Tierra.
- Eso es mentira… ¡palabras vacías por un engendro de odio y dolor! -bramó Corcel.
El centauro alzó las manos, y con la mirada perdida en el cielo, gritó a viva voz: -¡Dios del Océano, muestra a estos mortales lo que guardan tus aguas!

La tierra comenzó a temblar, las olas bailaban bruscamente, como si el agua del mar estuviese en ebullición. En aquel momento juraría que la isla se desmoronaba, las colosales montañas que coronaban la cima me parecieron tan frágiles como un pequeño castillo de arena bajo una gigantesca ola, que era el mar.
El suelo rugía, era casi imposible mantener el equilibrio, el capitán y yo luchabamos por mantenernos firmes ante aquella hecatombe. Aquel terremoto parecía estar tragándose la isla…

Entonces la agitada marea comenzó a bajar, pero de una manera tan brusca que sentí, por un momento, como nos alejábamos a gran velocidad del mar, y nos acercábamos a las estrellas. El feroz rugido de la tierra quedó velado por el fuerte choque de toneladas y toneladas de agua que impactaban bruscamente contra el mar, como si de cataratas gigantes se tratase.
Y por imposible que pareciera, era lo que pensaba… la isla acababa de emerger, mostrando un submundo oculto bajo la isla: A mis pies, que antes los acariciaba la espuma del mar, ahora se extendían varios kilómetros de edificios blancos, que formaban una inmensa ciudad submarina.
Las construcciones estaban dispuestas de tal manera que no entrase agua en ninguna de ellas, pues todas carecían de ventanas y puertas. Sin embargo, parecían estar conectadas por laberínticos túneles que recorrían toda la ciudad y el interior de la isla. Sobre toda estructura, infinitas luces iluminaban los pasajes y esquinas de aquel fantástico lugar. Convirtiendo, durante la noche, a la ciudad en un segundo cielo estrellado.
A simple vista no se veía a nadie, pero la ciudad estaba impoluta. No parecían ni mucho menos unas ruinas... ¡aquello era mágico, una resplandeciente maravilla!
Era lo más asombroso que habían visto jamás mis ojos. Una ciudad surgida de la nada... ¡una civilización perdida, con un nivel tecnológico que les permitía vivir en un submundo ajeno a todo lo conocido!
- Ellos son como vosotros, respiran como vosotros, comen, viven, y aman... lo único que os diferencia es ese orgullo innato tan repugnante que poseeis. -dijo el centauro.
Los ojos de Corcel se salían de sus órbitas, aunque no más que los mios. No comprendía como una civilización entera podía vivir bajo tierra ¿realmente eran tan afines a los seres humanos?
Entonces recordé aquellos extraños géiseres… y efectivamente, no eran géiseres, supuse que eran los conductos que ventilaban el interior de aquel imperio subterráneo. Seguramente la isla estaba llena de ellos, y era este el modo que utilizaban para vivir bajo toneladas de tierra y agua. Era fascinante, ardía en deseos de desvelar todos los secretos de aquel nuevo mundo.


Próximamente, la parte 7.

1 Comment:

  1. v said...
    Por dios, pero qué bien escribes!!!!!!!

    Te mereces un beso halcón!

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