Parte III: Justicia

Parte I: Recuerdos

Parte II: Encuentro


Parte III: Justicia

-E…estás loco ¿Por qué sueltas el arma? ¡Estás loco, yo soy mucho más hábil que ese al que acabas de matar! ¡No seré tan estúpido incitarme con tus ofensas! Ven aquí, te partiré en dos.
-No, no te estoy subestimando, simplemente considero que es más honrado luchar en igualdad de condiciones. Es deshonroso atacar con un arma a alguien desarmado.-
-¡Idiota, no ves que voy armado!
-Dudo mucho que la helada opine lo mismo.
Al intentar desenfundar, vio que la hoja se había encasquillado con el frío. Repitió el intento una y otra vez mientras aquel individuo se acercaba lentamente hacia él. Y cuando solo un paso lo separaba de su objetivo, le propinó un fuerte codazo en el pecho.
No sabría decir si aquel golpe lo mató en el acto, pero aquel bandido calló de golpe al suelo y no volvió a mover ni un solo musculo.
Y ahí estaba yo, a pocos metros de mi salvador. Un hombre enhiesto, vigoroso, que se alzaba orgulloso sobre los cuerpos inertes de sus enemigos. Y fue entonces, escrutando el rostro de aquel hombre, cuando perdí el conocimiento.

Desperté bajo un techo de cáñamo a través del cual se filtraban pequeños rayos de sol. Las paredes eran de barro y piedra, y la estancia aparentaba ser el taller de un artesano de cerámica. Aunque el lugar se encontraba en deplorables condiciones; vasijas y jarrones de arcilla rotos por el suelo, las estanterías de madera a punto de hundirse y la puerta tan frágil como el techo.
El frío que yacía en aquella habitación no distaba del que hacía fuera de ella, sin embargo, un montón de capas y pieles cubrían mi cuerpo. Manteniendo una cálida y agradable temperatura bajo todo el manteo. Por ello fui incapaz de incorporarme, no por mi situación física, sino por negación total y absoluta al frío. Por lo general, mi estado físico había mejorado cuantiosamente, me sentía bien. Pero sólo físicamente, pues en mi corazón se hervían las pesadillas que tan aferradas a mi mente todavía me torturaban, como si aún no hubiese pasado el peligro. Una terrible angustia recorrió mi cuerpo cuando pensé en mi pobre padre, y al mismo tiempo la ira se apoderó de mi, sentí rabia, mucha rabia, y aunque aquellos bandidos estaban muertos, no me supuso ningún consuelo. Porque fue entonces cuando entendí lo horrible que era el mundo, las injusticias que anidaban en él, y lo cruel y despiadado que podía ser el hombre.
-Ya era hora de que despertaras.- dijo el ermitaño con voz amable, mientras entraba por aquella deleznable puerta.
-¿Qui… quien eres?- tartamudeé.
-Mi nombre es Alastral, soy un humilde ermitaño que vive por y para la montaña.
-No siempre has sido un ermitaño- añadí. –Un ermitaño cualquiera no habría durado ni un minuto contra aquellos bandidos, y sin embargo tu los mataste ambos ¡y desarmado! ¡Eres un héroe!
-Un héroe habría llegado a tiempo, y por ende tu padre seguiría vivo.- dijo, mostrando una mueca de arrepentimiento. Entonces la ira volvió a encenderse, a arder, y abrasar mi corazón.
-¿Porqué? ¿Porqué? ¡Mi padre era un buen hombre, él nunca hizo un mal a nadie! ¡No merecía morir! ¿Porqué lo asesinaron?- proferí furioso.
-Si sufres injusticias, consuélate, porque la verdadera desgracia es cometerlas.
-Pero aunque estén muertos… eso no devolverá la vida a mi padre…
-No me refería a eso. En el mundo se suceden injusticias continuamente.
-Por eso hay tantas guerras, tanto dolor y sufrimiento, lo sé. Pero nunca le di verdadera importancia, hasta ahora.
-No puedes cambiar el mundo, pero sí puedes cambiar el modo de ver el mundo- dijo, mientras se sentaba en el suelo, cruzado de piernas, a mi lado.
-¿Eso es lo que consideras? ¿Quedarse de brazos cruzados?- dije, frunciendo el ceño.
-Y dime, ¿qué te gustaría hacer?
-Salir ahí fuera, a las grandes ciudades, a las capitales del mundo e impartir justicia como es debido.
-Aunque pudieses castigar a los malvados de toda esta región, ¿eres consciente de los malvados que siguen campando a sus anchas por el resto del mundo? Nadie puede pararlo, forma parte del funcionamiento del mundo, y de la propia humanidad.
-¡Pero al menos, mientras lo hago, no me sentiré como un inútil que se queda de brazos cruzados mientras otros sufren!- exclamé, alzando la voz estrepitosamente. Hubo un breve silencio, y entonces Alastral, el ermitaño, sonrió de lado.
-¿Insinúas algo?- dijo, mirándome fijamente.
-He visto de lo que eres capaz, decapitaste a aquel maldito sin apenas darle tiempo a reaccionar, mataste al otro parándole el corazón de un codazo. Con esa increíble habilidad, podrías estar salvando miles de vidas todo el tiempo. ¡Igual que salvaste la mía! En lugar de eso te pasas el día vagando entre arboles sin rumbo, perdiendo el tiempo, desperdiciando tu habilidad.
-Yo no quiero cambiar el mundo.- Se tomó un tiempo para pensar, y luego habló: -El mundo y la vida trascurren como las estaciones, hay épocas de sufrimiento, pobreza y guerras. Al igual que el invierno acaba con el follaje de los árboles, los animales y las flores, las personas tienen épocas donde se matan y la maldad alcanza su punto álgido. Pero con el tiempo todo vuelve a su cauce, llega la primavera y todo vuelve a estar bien, las personas olvidan y perdonan, y entonces llega la paz.
-Yo… no puedo… necesito hacer algo…

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